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Gastón Ibarburu
Arquitecto especialista en educación
El conflicto
Son muchos los modelos con los que se encuentra quien recorre espacios de enseñanza, y casi tantas o incluso más las estrategias y las maneras de hacer que los caracterizan. La estandarización y la masividad dominan el campo, pero por doquier afloran experiencias puntuales que les salen al choque. Lo innovador y lo sistemático se disputan permanentemente el territorio, y la nivelación se bate a duelo con la diversidad en todos los rincones. Pero todos estos conflictos responden en última instancia a una búsqueda común, un estandarte con una pregunta de difícil formulación pero que en esencia es siempre la misma, y nos enfoca en entender cómo favorecer el aprendizaje de los estudiantes.
CiudadN aparece en escena, con un telón de fondo de educación en crisis, y si bien se para desde un lugar periférico en términos curriculares, esgrimiendo el poderoso binomio de kit y consigna (kits materiales y metodológicos) logra poner sobre la mesa propuestas que van directamente al centro de esta cuestión, en especial desde el punto de vista de la Educación de la Ciencia.
Uno de los aspectos más evidentes desde los que estas experiencias interpelan las aulas tradicionales es su carácter abierto, y en lugar de aferrarse a un paquete de contenidos parten de una consigna estratégica, generando un ambiente propicio para el desarrollo de habilidades blandas. Salta a la vista al acompañar estas experiencias que el enfrentarse a los kits y a la consigna (kits materiales y metodológicos) de trabajo despliega habilidades de comunicación, pensamiento crítico y trabajo colaborativo, que (siendo menos frecuentes de lo que quisiéramos) distinguen y definen a los estudiantes que queremos tener.
Otro aspecto envidiable de este tipo de experiencias es su inherente capacidad para generar aprendizajes significativos. Trascendiendo una vez más los contenidos, el espacio de los talleres ofrece una visión integrada del mundo, en el cuál la física y la matemática están asociadas a un marco cultural amplio y son valoradas por su capacidad de contribuir a un futuro mejor, con una perspectiva humana, y como un tema vasto a seguir explorando durante toda la vida. Vaya si anhelamos los docentes de ciencia que los aprendizajes de nuestros estudiantes perduren en su futuro… y ni hablar de los aprendizajes de los cursos anteriores al nuestro.
Uno puede deleitarse observando los distintos caminos que dispara la simple presentación de una herramienta (el kit) y un horizonte (la ciudad del futuro). Hay que reconocer que a quienes tenemos formación en una disciplina proyectual esto nos resulta de los más familiar, y nos cuesta comprender qué es tan novedoso del tan en voga aprendizaje basado en proyectos. Pero creo que tomar el expertise de una disciplina consolidada y llevarlo al ámbito de la educación media donde es tan valorado y demandado es justamente una de las principales inteligencias de CiudadN.
Y esto nos lleva a un último aspecto sobre el que particularmente vale la pena poner nuestra atención. Viendo a los participantes enfrentarse a la necesidad de triangular una estructura, diferenciar la información que entra de la que sale de una computadora, descubrir la frecuencia de la luz y la combinación aditiva de leds, o darse maña con una interfase de programación para una placa con sensores, empieza a hacerse visible una pregunta incómoda, un elefante en la habitación, envuelto en una bruma espesa que nos impide terminar de darnos cuenta por qué no hacemos esto más a menudo en los cursos de ciencia.
La paradoja
Mi sospecha es que el origen de esta incomodidad es lo distinto que se ha vuelto enseñar ciencia de hacer ciencia. Al diseñar una experiencia de aprendizaje surge la disyuntiva entre asegurar el tratamiento de determinados contenidos y el permitir que los estudiantes construyan con libertad sus propios aprendizajes. Y aquí aparece la contradicción, porque lo que hoy llamamos Ciencia no estaba para nada asegurado antes de conocerlo, sino que es producto de innumerables pruebas y errores por los que hemos transcurrido como comunidad, y es desde ahí que debe valorarse.
Parece que paradójicamente debiéramos renunciar a enseñar Ciencia para permitir a los estudiantes experimentarla. En realidad el asunto es que enseñarla no debería ser exclusivamente recitar sus postulados, sino involucrar a los estudiantes con la manera en la que fueron construidos. Pero la estandarización, fragmentación y burocratización de la educación nos han llevado al punto en el que nos vemos forzados a correr siempre tras la primera, dejando muy poco espacio para la segunda.
Por supuesto no podemos juzgar la experiencia de una actividad como hecho aislado, sino que debe ser tenida en cuenta dentro de un contexto, en el cual el conjunto debería estar diseñado de manera de que sus partes se complementen. Confieso que el desafío que implica intentar recorrer caminos más abiertos no me deja de asustar, aunque no sé si debería. Después de todo una de las virtudes de la ciencia es que responde a la observación de los fenómenos, lo cual debería ser garantía de que a través de la experimentación (y con la guía docente adecuada) los cursos llegaran a buen puerto. Dudo mucho que un estudiante descubra una ley de gravedad en la que las cosas caigan hacia arriba, y en todo caso siempre puede intervenir un docente trayendo a colación un texto o sugiriendo un experimento que evidencie los problemas del modelo que se está construyendo.
Por otro lado, claramente, es muy poco probable que un estudiante reconstruya en una clase lo que tantos años le llevó a la humanidad, e incluso es posible que circunstancialmente no construya nada. Si sumamos a esto que el nivel de dispersión temática dificulta la intervención docente y el trabajo colaborativo, se hace evidente que es necesario encontrar un cierto punto de equilibrio en la cuestión de qué tanto abrir o coartar el proceso desde la consigna de partida. Tampoco está en discusión lo importante que es formalizar los conocimientos, que también es parte fundamental de la ciencia. Simplemente creo que debemos asumir la incomodidad de la pregunta, y mirar de qué herramientas nos podemos valer para hacerle frente.
Un horizonte
Es especialmente entonces en esta búsqueda de balance que cobra valor el binomio de Kit-Consigna (kit material y metodológico) como una experiencia que merece toda nuestra atención.
Los kits despliegan un potencial enorme y se lucen como una herramienta fresca y efectiva. Son capaces de encaminar procesos creativos a partir de un sistema de reglas inherente que el estudiante debe descubrir experimentando, y con ellos Ciudad N y quienes la hemos acompañado nos animamos a recorrer estos caminos más audaces hacia el futuro.
Cómo te gustaría que sea la ciudad del futuro no es una pregunta inocente. Interpela desde un lugar humano y optimista, al mismo tiempo que tiene por detrás los grandes desafíos de la humanidad. Es un disparador modesto, pero se permite arriesgar postulados y soluciones. Que el punto de partida sea una pregunta es en sí una estrategia didáctica, y a la vez un mensaje de empoderamiento. Las disciplinas proyectuales, llenas de subjetividades, incertidumbres y razonamientos analógicos, son de una naturaleza que amenaza ser incompatible con la estructura deductiva de la Ciencia. Sin embargo, después de todo, puede que justamente por eso tengan para ofrecer una herramienta clave en la superación de la crisis de su enseñanza. Cómo te gustaría que sea la ciudad del futuro es una pregunta para todos. A mí me gustaría que en ella nos animáramos a más experiencias como la que lleva adelante ciudadN.